LA
VICTORIA SOBRE EL FASCISMO
Edgardo
Malaspina
El
7, 8 y 9 de mayo de cada año los amantes de la paz celebran el Día de la
victoria de los Aliados (URSS, EE UU, Inglaterra y Francia) sobre el Eje
(Alemania, Italia y Japón). Finalizaba la Segunda Guerra Mundial con la derrota
aplastante del ejército fascista alemán en 1945, cuyo proyecto destructor y
racista amenazaba toda la humanidad. En
mayor costo en vidas lo llevó la Unión Soviética: más de treinta millones de
muertos fue el pago para detener a Hitler
y sus pretensiones de someter a todos los pueblos que consideraba inferiores.
La máxima expresión de ese proyecto criminal se exhibe en algunos museos
europeos: lámparas hechas con piel humana, especialmente de aquellas personas
que tenían algún tatuaje.
En mi familia tenemos recuerdos dolorosos pero
también razones para sentirnos orgullosos: Estepan Piskunov, abuelo de mi
esposa Natalia, entregó su vida a los 28 años de edad en la Batalla de Smolensk
en 1941.Smolensk está a 360 kilómetros de Moscú. En la batalla murieron 45 mil
soviéticos y 300 mil terminaron prisioneros. Pero los soviéticos detuvieron a
los hitlerianos y evitaron que tomaran Moscú. El abuelo Estepan fue un digno
soldado del Heroico Ejército Rojo. Fue sepultado en el lugar de la batalla. En el 70 aniversario de la Victoria (2015) familiares de los soldados caídos llevaron sus
retratos en el desfile de la Victoria. Allí estuvo también el de Estepan.
Tengo
además algunas reminiscencias personales. Mi profesor de Pediatría, Alexei Tiurin,
participó en la Segunda Guerra Mundial como enfermero. Se inició en la Batalla
de Stalingrado, el más grande y sangriento duelo militar de todos los tiempos.
Al finalizar el conflicto bélico a Tiurin se le concedió el honor de acompañar
al general Gueorgui Konstantínovich
Zhúkov (el verdadero vencedor del lado soviético de la guerra y quien derrotó a
los alemanes en el propio Berlín) en su entrada triunfal a la Plaza Roja. Al
morir Tiurin, la Sociedad de Pediatría de Rusia emitió un comunicado que
finaliza así: “Agradecemos al destino porque tuvimos la suerte de haberlo
conocido y estar al lado de esta persona valiente, extraordinariamente modesta
y bondadosa. El cariño y el recuerdo hacia Nicolai Aleksievich Tiurin estarán
siempre en nuestros corazones”.
Zhúkov
peleó con tanques y aviones; sin embargo, su prestigio era tan grande que
Stalin le permitió entrar a la Plaza
Roja montando un caballo blanco. Y así le levantaron una estatua.
Mi profesor de Microbiología Vasily Kiktenko, quien nos trataba con gran
deferencia y cariño, peleó en los combates
de Berlín y vio izar la bandera roja de su país
sobre el humeante y humillado Reichstag, cuyo simbolismo iba más allá del fin
de la Gran Guerra Patria, nombre con el cual los rusos denominan la Segunda
Guerra Mundial.
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